viernes, 3 de agosto de 2012

INTRODUCCIÓN.


En el momento en que experiencia y reflexión se constituyen en fuente de conocimiento y enseñanza, se siembra la semilla de la crítica. Esto sucedió en Israel bajo la palabra de los profetas (Is 29,14; Jr 8,9), que era crítica desde fuera. Pero sucedió dentro, en el seno de esa venerable tradición. Qohelet y Job son los dos exponentes máximos de esa crítica interior al ejercicio de la sabiduría, son dos momentos de un proceso dialéctico.

Qohelet se ha formado en una escuela y tradición sapienciales.

Conoce las enseñanzas tradicionales. Cita proverbios viejos o fabrica otros semejantes, que le pueden acreditar el título de maestro. No por ellos ha conseguido fama imperecedera, sino por su anticonformismo consecuente y honrado. Paradójicamente, Qohelet, que niega la supervivencia del nombre, tiene fama inmortal.

En la mente tormentosa del autor la sabiduría entra en conflicto consigo misma. Y esto de modo entrañable, apasionado, si pudiéramos hablar de pasión fría. Rebelde sin violencia, contestador sin arrogancia.

Qohelet quiere comprender el sentido de la vida, da vueltas en torno a ella -como el viento de 1,6- Y se estrella siempre en el muro de la muerte. En algunos momentos le parece que la muerte aniquila por adelantado todos los valores de la vida, y comenta con ironía amarga, desoladamente, "los vivos saben ... que han de morir, los muertos no saben nada"; otras veces, con más lucidez, comprende que la muerte relativiza simplemente los valores de la vida. Es un límite infranqueable llegado el momento, presente siempre a la conciencia.

Pero la muerte exige, impone, el aprovechamiento del tiempo no para realizar obras inmortales, que, si sobreviven al autor, de nada le aprovechan muerto, sino para acertar con el ritmo menudo de la tarea y el disfrute cotidianos.

En la vida humana también contempla injusticias y opresiones, que le llevan a sus conclusiones más desoladas. Ha visto el poder absoluto establecido "para mal del hombre" y él no hace absolutas sus palabras.


Qohelet observa la vida en torno, después se levanta a reflexionar sobre ella y luego se levanta a reflexionar sobre su reflexión, y en cada piso llega al desengaño. Escribe un libro brevísimo, y aun 
del valor de sus palabras no está seguro: "Cuantas más palabras, más vanidad". ¿Hay autor menos dogmático en el AT que este enigmático Eclesiastés? En él, la sabiduría se apea, llega al borde del fracaso; así encuentra su límite y se salva. Y de ahí brota algo impresionante. A caballo entre el siglo IV y 111 antes de Cristo (probablemente) un escritor crea un estilo nuevo, inconfundible e inolvidable.


Imposible averiguar cómo compuso el autor su obra. Puestos a ilustrar su aspecto, escogeríamos el modelo de un diario de reflexiones. Tienen algo de líricas estas breves páginas; un lirismo que se 
intensifica en algunos momentos. La prosa es muy rítmica rozando muchas veces con el verso, hasta hacerse indistinguible de él. Se repiten palabras frases y expresiones a la letra o con variaciones; retornan a modo de leitmotiv. Brotan frases sentenciosas en semejanza y en oposición. Se cita un proverbio y se comenta asintiendo o ironizando.

El libro ha influido directa o indirectamente en toda una literatura "de contemptu mundi". 

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